A casi todos los viajeros que visitan Guatemala, suena familiar el nombre “Atitlán”. El famoso Lago Atitlán es la joya en la corona de bellezas naturales de país, y ha sido conocido así por décadas. El escritor Aldous Huxley lo describió así: “(Lago de) Como, con el embellecimiento adicional de algunos volcanes inmensos. Seguramente es demasiado de una cosa buena.” (aquí). Uno comprende, en el plano reflejado que tiene la laguna por las mañanas pacíficas, un poco de la ‘existencia desnuda’ que describa en The Doors of Perception. Hoy en día, miles de turistas llegan a la orilla de Atitlán para buscar paz en su agua y diversión en algunos de sus pueblos distintos.
A pesar de esta fama, Lago Atitlán todavía tiene sus secretos. Hace poco, un equipo investigativo tuvo un hallazgo extraordinario cuando encontró los restos de un pueblo al fondo de la laguna. Cómo un lago endorreico, por el agua de Atitlán no hay salida aparte de evaporación, que implica también que el lago es sensible a cambios en el medioambiente.
¡Pero me estoy desviando! Quiero hablar de un otro Atitlán, cercano al lago pero aún más misterioso. Este es el Volcán de Atitlán, un coloso rocoso que alcanza 3,535 metros s.n.m. y que domina la panorama para las lanchas que cruzan el lago.

No se conoce tanto de la historia de este volcán. Por lo menos, registros de sus erupciones antes del siglo diecinueve quedan incompletos. Su última erupción fue en 1853 y generó una columna eruptiva alta (hasta pliniana). Ubicado entre dos compañeros mucho más enérgicos (el Volcán de Fuego y el Volcán Santiaguito), su última erupción hace casi 200 años atrás, quizás el Volcán Atitlán no parece un sistema volcánico tan vivo. Por la otra mano, su pico desnudo de vegetación le distingue de la corona verde que adorna el Volcán de Agua (también ~3500m) y también de su vecino, Volcán Tolimán, cuyas faldas frondosas indican el largo tiempo desde su última erupción. La cumbre calva, y la actividad vigorosa de las fumarolas allí, demuestran que sí el Atitlán sigue vivo. No se cuenta con ninguna instrumentación científica en el volcán para monitorear cambios magmáticos, ni siquiera hay observadores asignados al volcán que realizan evaluaciones de campo. Pero en los últimos anos INSIVUMEH ha prestado más atención a este volcán, reconiciendo su peligro y organizando algunas evaluaciones de sus depositos; además hay reportes de la extranjera que hablan de las amenazas que pueden provenir de Atitlán.
Yo decidí subir Atitlán para aplacar mi curiosidad de observar estas mismas fumarolas, a ver si están tan energéticos como se les dice. No espectaba tanta de la subida, pero me sorprendió la variedad y riqueza de las zonas climáticas que uno pasa por alcanzar la cumbre. El sendero turístico sale de la carretera de Santiago Atitlán por Cocales, empezando un poco antes del mirador del Rey Tepepul. El primer parte del viaje es por pickop, pasando por Panabaj, hasta el área del Biotopo de Rey Tepepul. Fue en este biotopo que Beth y yo y nuestro guía Rolando Toj observamos un baile de quetzales resplendentes. El quetzal es el símbolo más conocido de Guatemala, y le presta su nombre a la moneda también. (Rolando y su compañero Benjamín, con quien subí el Atitlán, son guías del primera calidad: les recomendaría a cualquiera persona que quiere ocuparse de un guía local. Aquí les pueden contactar: BirdZone Atitlán.)

Aúnque subí con motivo de conocer más del volcán, el mágico del Atitlán son sus microclimas y la fauna que también varia mientras una sube. Empezamos en selva tropical, pasando por parceles chiquitos de maíz y campesinos cortando su lena, y acompañados por urracas – aquí llamados ‘sharras’, que significa ‘azul’ en la idioma maya de tz’utujil.

De repente se empino el camino. Pasamos a selva más températe, y la neblina nos enrodaban. Entonces no se escuchaba los llantos ásperos de las sharras sino que los cantos dulces y suaves del trogón, primos tímidos de los quetzales resplendentes. En un ratito, cuando la neblina se espeso, oíamos las alas chisporroteando del guan escurridizo.
Solo nos encontramos el sol cuando habíamos llegado hasta casi el tope de la montana, ya salido de la zona de los pinos y flores alpinas. Aquí en alto, estábamos arriba las nubes como aviones. Sabia yo que cerquita estan otros volcanes que rodean Atitlán, pero en las nubes espesas del atardecer se escondían. Solo había nosotros, el sol soñoliento, y la cumbre rocosa adelante que nos retó a subirla.
Paso casi toda la noche la cumbre anublada. Solo cuando la fogata se estaba apagando una podía mirar para arriba y ver el cinturón de Orión revelándose a veces de manera tímida. Nos fuimos a dormir. A las cinco me levante para ir al baño, esperando que lo que me paso la primera vez aquí me pasara otra vez. Ya se habían desvelado las estrellas. Y por debajo había llegado un compañero a la vez íntimo y desconocido. El hermoso Volcán Tolimán, con su característico pico doble, apareció por primera vez en esta excursión. Había pensado que solo desde la cumbre de Santa María se podía tener la experiencia de mirar hacia abajo a un volcán … ¡la felicidad de descubrir un segundo ejemplo!

El sol venia al principio poco a poco, y luego de una vez. Contraluz estaban Fuego y Acatenango, y contra las primeras bandas anaranjadas vimos la silueta del volcán ardiendo echando ceniza como su costumbre. El Fuego es una olla burbujeante que nunca cesa.
¿Y de la olla tapada sobre que estábamos parados? ¿Había mucha evidencia de la actividad fumarólica? Por supuesto. Al parte norte de la cumbre, donde empieza el descenso hacia San Lucas Tolimán, hay chimeneas echando vapor con ganas. En la mera cumbre, uno puede apreciar un campo humeante, en donde entre las rocas se abren bocas que echan vapor de aguas y gases volcánicas del interior del volcán. Quizás las flores del monte que rodean estas bocas se alimentaron de este sustento raro.



Mas tarde, cuando esta alto el sol, puedo trazar con mi dedo la línea recta desde la cumbre del Tolimán hasta su pie la ruta que seguían los flujos de lodo que con tanta devastación sepultaron Panabaj. Ayer, pasando en pickop, veíamos que están reconstruyendo las paredes del salón para las personas que están volviendo. Pero este es cuento por otro día …
Parada en la cumbre de Atitlán, se entiende bien que esta montaña es un punto viviente de la cadena volcánica de Guate. A la vez se entiende porque parece tan remoto y misterioso. Lejos se ve los asentamientos, a distancia se queda el volcán del lago epónimo. Uno puede imaginar que el volcán majestico y orgulloso le gusta mantener un pie en Sololá con toda su riqueza, y otro pie en las tierras cálidas de Suchitepéquez. Pero no importa lo lejos que parece este volcán: yo creo que por nuestra curiosidad, algún día vamos a entender más de su actividad y su historia, de una forma o otra.

Aquí están dos fuentes científicas que cuentan la actividad eruptiva histórica y las amenazas volcánicas del Volcán de Atitlán y los demás volcanes de Guatemala:
- Roca, A., Mérida Boogher, E. R., Chun Quinillo, C. M. F., González Domínguez, D. M. E., Chigna Marroquin, G. A., Juárez Cacao, F. J. and Argueta Ordoñez, P. D. (2021) “Volcano observatories and monitoring activities in Guatemala”, Volcanica, 4(S1), pp. 203–222. doi: 10.30909/vol.04.S1.203222. Encuéntralo en inglés y en español aquí.
- Haapala, J. M., Escobar Wolf, R., Vallance, J. W., Rose, W. I., Griswold, J. P., Schilling, S. P., … & Mota, M. (2005). Volcanic hazards at Atitlan volcano, Guatemala. US Geological Survey, Open-File Report, 1403. Encuéntralo aquí.